Si le gusta rezar y esperar milagros de algún santo en el fútbol, le sugiero que se encomiende a al beato Pier Giorgio Frassati, San Luigi Scrisoppi o San Juan Bosco, quienes aparecen como los encargados de escuchar a los aficionados del mundo. No son tan efectivos como se cree, pero por ahí no falta el que dice que ayudaron a cristalizar la ilusión de su equipo.

Por: Jairo A Castrillón

Parecer absurdo y hasta divertido, pero en eso van las ilusiones de los aficionados colombianos y sus anhelos por conocer Qatar a finales del año. Después de la lapidaria derrota ante Perú quedamos aferrados a la fe y la confianza de que todavía se podía. Qué íbamos a ser capaces de enfrentar a Argentina y sacarle los tres puntos con personalidad y convicción, con clase y capacidad, todo eso lo creíamos. Sin embargo, la realidad mostró un conjunto enredado, timorato y apostándole a un empate de manera fría y calculadora, sin vergüenza. Arrugado y con la personalidad escondida en el equipaje. Sin ideas, goles y mucho menos merecedor de un tiquete para el Mundial.

Lo trágico de todo es que ya el bus de la cuarta casilla, y por ende la clasificación directa, pasó, es imposible. Quedan seis puntos en disputa y Uruguay, que es transitoriamente el dueño de la cuarta plaza, está a cinco de diferencia. Además, para que la embarrada aumente, los chilenos, que no queríamos mirarlos por el retrovisor, siempre pensando en que íbamos a sumar completo después de los peruanos, ahora nos pasaron y son sextos a dos unidades por delante de nosotros y a dos por detrás del equipo de Gareca. Ganando, como tiene que ser, se metieron en la pelea y saben que bailan con Brasil en la próxima pieza, pero les vale un carajo. Tal vez salgan derrotados y goleados, pero se la juegan toda y van a por los tres puntos, lo saben y están claros. Un empate les mantiene ilusionados siempre y cuando pierdan los incas en Montevideo, pero no les garantiza nada porque seguirían de sextos y de allí hacia atrás todos son perdedores.

De igual manera seguimos los colombianos esperando qué algo pase en las fechas 17 y 18, que se genere un remezón total y de pronto a San Scrisoppi le guste el café y cuadre todo ese desmadre a favor de Rueda y sus dirigidos. Y eso que no hemos dicho que Colombia tiene que ganarle a Bolivia en Barranquilla, una plaza que no asusta a nadie. Si por ahí los bolivianos llegan y sacan un empate, sería la cereza final para un pastel que se descompuso por el bajo rendimiento y la ausencia de un grupo que hoy no inspira a nadie, ni siquiera a los más rezanderos (estamos hablando del hoy, olvídense del pasado los que tanto les gusta resaltar lo que fue).

A esta altura del paseo no es si se logra lo que parece imposible, ese no es el asunto. Por ahí las cosas se alinean y don Bosco se combina con San Frassati para que pase lo que pocos creemos. El asunto es preguntarnos ¿para qué queremos ir a un Mundial? ¿Para ser simples turistas y desbordar ese folclorismo que nos caracteriza, o algún día de verdad aspiraremos a llegar pensando en el protagonismo?

Ahora sí que pase lo que tenga que pasar porque de hacer fuerza nos cansamos. Ellos (el equipo), que den la cara al final de todo este proceso porque son tan responsables como el matemático cuerpo técnico de esta debacle. Tuvieron la clasificación en sus manos, pero pudo más el deseo de moverse por los números en cada fecha, que por el propósito de mostrar una selección que estaba para más y se perdió en un mar inmenso de mediocridad. Hay que hacer un recambio y ese proceso empieza a todos los niveles, incluyendo la paciencia de los aficionados que siguen convencidos de que somos potencia en el mundo cuando la realidad es que hoy estamos muy por debajo del nivel ideal, pero fundamentalmente nos falta mentalidad de campeones. De esa que les sobra a los argentinos y brasileños, porque ellos sí saben qué buscan en una cita orbital.