La noticia del cierre definitivo de la franquicia se daba a los ocho días del mes de enero de 2002, es decir cinco años después de que el club fuera presentado, junto a Chicago Fire, como las dos nuevas divisas en el ambicioso proceso de expansión de la MLS.
Por eso en aquel 1997, junto a los aficionados de la Ciudad de los Vientos, los residentes de la Capital del Sol con timidez aplaudían la llegada de Miami Fusion, sin imaginar que una mala planeación y financiación tiraría todo al traste (con una afición insipiente) en tan solo cinco años, causando pérdidas cercanas a los 250 millones de dólares que la liga y un ilíquido propietario tuvieron que sufragar con apretones de lado y lado.
La MLS no solo despachó a Miami del torneo, sino que aprovechó para mandar por la misma puerta al equipo de Tampa Bay que, habiendo iniciado un año más temprano, como fundador del torneo, tampoco soportó los gastos constantes, las pocas ganancias en distintos apartados de mercadeo y una tímida participación del público en las tribunas, haciendo un gran resumen de adversidades que se confabularon para que nada saliera bien.
Ni siquiera la presencia de un gigante como Carlos Valderrama, quien había deleitado en Tampa en 114 partidos, pudo mejorar el ambiente en Miami donde solo jugó 22 compromisos. Ante el cierre de las dos franquicias floridanas, que corrieron la misma suerte tras la debacle económica, Valderrama es enviado a Colorado, pero allí se aburre por el frío y la ausencia de playas y decide retirarse. Entretanto, otros jugadores como Roy Lassiter, el colombiano Diego Serna o Erick Wynalda, tuvieron que buscar nuevos horizontes más allá de la península.
Miami Fusion empezó a ser dirigido por un exjugador argentino llamado Carlos Quiroga apodado “el cacho”, de un paso tan rápido por Boca Juniors que se torna difícil de encontrarlo en los registros. Quién sabe cómo le iría de jugador en su época a Quiroga, pero como técnico le fue muy mal y pronto lo reemplazó otro peor (un brasileño llamado Ivo Wortmann), quien continuó con la tradición de mantener sembrado al equipo de Miami en las últimas casillas aumentando el desconsuelo entre los pocos aficionados interesados.

Afortunadamente todo cambiaría cuando llega un exjugador inglés llamado Ray Hudson (hoy comentarista de Being Sports que se quedó sin La Liga para el 2021), quien puso la casa en orden y los buenos resultados empezaron a llegar, a ganar partidos y despertar un tibio interés de los aficionados locales. Sin embargo, ya para ese entonces, Ken Horowitz, convertido en el mayor inversionistas (sin ser uno de los grandes capitalistas del país), no aguantaba más y procuraba estrangular cualquier dólar que le quedaba en su bolsillo.
El equipo, para ese entonces, ya había registrado entradas que superaban los 11 mil aficionados, pero la respuesta de la afición llegó tarde para una chequera demasiado debilitada por una razón: su promedio de asistencia y de venta de boletas en sus tres primeros años fue muy bajo para aguantar las obligaciones financieras de aquel momento.

Si todo se hubiera combinado como correspondía, quizás otra historia se habría escrito en ese mítico recinto deportivo conocido como Lockhart (ubicado en Fort Lauderdale). Estadio que hace dos años fue renovado y rebautizado como el DRV PNK Stadium, quizás para evaporar los malos recuerdos y procurar mejores augurios al rimbombante Inter Miami FC, aunque sigue siendo el mismo escenario donde el fútbol fracasó en una ciudad tan pluricultural como Miami y sus alrededores.

Fracaso que once años después de la caída del Fusion pudiera borrarse con una historia diferente, aunque con un equipo que en su segunda temporada da grima, como aquel del 97 donde el técnico, los jugadores y el estadio no aportaban buenas señales, nadie sabe qué pueda pasar.
Miami no solo es una ciudad turística por excelencia, sino que se ha transformado en una base donde muchas escuelas de fútbol y academias (algunas respaldadas con dinero de poderosos clubes europeos y latinoamericanos), han organizado sus campamentos para aprovechar las bondades del clima, la variedad del turismo y la presencia de estrellas famosas del espectáculo y el deporte.
Una de estas figuras, el inglés David Beckham, contribuyó a fomentar el interés del soccer en los Estados Unidos cuando llegó al Galaxy como jugador (donde la venta de boletas se duplicaba cuando se anunciaba su presencia en la cancha), y ahora como empresario volvió a brindar la posibilidad de tener un equipo profesional en la MLS y con base en Miami. Un proyecto que tomó tiempo, que aún está inconcluso pues necesita construir un estadio propio (bautizado ya como Estadio la Libertad), pero que dos años después de integrado al profesionalismo no aporta resultados en la cancha y empieza a causar malestar entre su afición. No es cuestión de perder y no saber ganar, sino de poseer una actitud opaca que no coincide con la vida y la alegría tropical de una ciudad distinta que cada noche se viste de fiesta.
Pero el problema no es que las cosas posiblemente se hayan tornado gris en materia deportiva para el famoso exfutbolista y empresario, sino que sus socios capitalistas ya están pensando en abrirse del proyecto vendiendo sus acciones porque, al parecer, muchos creen que Beckham y Jorge Mas (propietario de Mastec), son los únicos dueños lo cual no es cierto. Hay otro grupo de empresarios que se unieron a esta campaña y no figuran mucho, pero pagan igual. Por eso les molesta que se hayan convertidos en figuras decorativas donde su opinión, al parecer, no es tenida en cuenta.

Afición sin tradición
Otro problema que tiene Inter de Miami, y que no es cuestión del equipo en sí, sino que forma parte de la manera cómo se vive el deporte en los Estados Unidos, es que en este país los formatos de la competiciones y las franquicias añadidas a cada liga profesional (NFL, MLB, NBA etc.), son proyectos independientes que se pueden mover a otra ciudad o estado si las cosas no funcionan en términos financieros, o simplemente se clausura el proyecto por convertirse en un drenaje innecesario de dinero, como sucedió con Fusion y Tampa Bay en su momento.
Fue por eso, tal vez (y este es un síntoma de pertenencia importante para resaltar), que cuando en su momento los directivos de Columbus intentaron llevarse al Crew a Texas, debido a que las cifras no favorecían en ningún frente, se inició un movimiento urbano, nacido en los bares y callejones, para evitarlo y al final lo consiguieron.
Este hermoso gesto permite concluir que la afición de Ohio puede ser hoy una de las de mayor arraigo en la MLS, toda vez que ella se ha encargado de sacar el club adelante, con sentido de pertenencia, apoyando al nuevo grupo de inversionistas que quiso respetar el romance que había entre el club, la ciudad y sus fanáticos.
Ahora bien, ¿podrá existir algo similar con la afición de Miami? Esta es una buena pregunta que muchos se formulan y que algunos “adivinos” pronostican como improbable en una ciudad donde la diversión está en las calles y no necesariamente en escenarios deportivos en los cuales los equipos de casa no brillan (Dolphins, Marlins o Heat).
Además, para ser precisos, el americano hace de sus deportes una fiesta de integración antes y después de las competiciones, importando muchas veces más la entrega, el pundonor, el esfuerzo y las ganas por buscar la victoria, sin rendirse fácilmente (como es la idiosincrasia de todo el país), que el mismo resultado. De allí que lo de Miami no termine de encajar: porque es un equipo sin espíritu de lucha y combatividad.

Sin fútbol ni brillo
La temporada pasada, que fue la primera en la rama profesional, Inter de Miami podía recibir todas las consideraciones que un debutante amerita, tomando en cuenta un año tan complicado por la pandemia, donde terminó décimo en el acumulado tras jugar 23 partidos, sumar 24 puntos con 7 victorias, 3 empates y 13 derrotas. El equipo no jugó bien (a pesar de lograr ir a la postemporada), no gustó y por eso el técnico uruguayo, Diego Alonso, no tuvo chance de continuar su propuesta, si es que la había.
Sin embargo, con la llegada de Phil Neville, exjugador inglés y amigo personal de Beckham, para la temporada 2021 (que en nada se parece a la llegada de Hudson al Fusion en el 2000), las cosas están peor que antes con una plantilla de 30 jugadores que promedian los 25 años, y en donde la figura de Gonzalo Higuain, como máximo referente, no pesa.
En este grupo humano, que es el que se faja en la cancha y recibe los chiflidos del respetable, hay cinco argentinos (Julián Carranza, Federico y Gonzalo Higuain, Leandro González Pirez y Nicolás Figal); dos británicos (Ryan Shawcross, Kieran Gibbs); siete americanos (Dylan Castanheira (arquero), Robbie Robinson, Break Shea, John McCarthy (arquero), Víctor Ulloa, Joshua Penn, Sami Gueidiri, Indian Vassilev y el otro arquero Drake Callender); dos neerlandeses (Nick Marsman, Kelvin Leerdman), un brasileño (Gregore); un venezolano (Cristian Makoun); un escocés (Lewis Morgan); un mexicano (Rodolfo Pizarro); un canadiense (Jay Chapman); un francés (Blaise Matuidi); un dominicano (Edison Azcona) y un trinitario (Joevin Jones), sin contar un grupo entre los 16 y 23 años que trabajan con el equipo pero no tienen minutos de juego. Son ellos los defensores Patrick Seagrist (23 años), Ian Fray (18 años), Dilas Nealis (22 años), Felipe Valencia (16 años) y Harvey Neville (19 años e hijo del técnico), junto al volante George Acosta (21 años).
Si se revisa la plantilla es fácil determinar que hay jugadores que no solo tienen recorrido, sino la experiencia necesaria para encontrar un mejor sendero en materia de resultados. Sin embargo, el equipo como tal es un verdadero fracaso y se ha mantenido en una racha perdedora que lo sitúa como el peor de toda la liga, algo que contrasta con las promesas de los directivos quienes habían dicho que Miami merecía un club triunfador que la representara dignamente, cosa que no sucede y, por el momento, se une a la lista de sinsabores que aportan los Delfines y los Soles de la NFL y NBA respectivamente. Una lista de sinsabores en donde la figura de Ray Hudson, hace 20 años, sigue siendo la del técnico más ganador con un equipo de fútbol en la rama profesional.

Estadísticas de miedo
Mirar la posición del equipo en el acumulado de la división, donde marcha último con 9 puntos, no debe sorprender a nadie. No es cuestión de un mal momento ni un problema de rendimiento o amnesia temporal. Aquí el dilema se vive en el compromiso del técnico y sus jugadores. Un grupo humano, en general, que se han pasado intentando justificar las malas presentaciones, en vez de decir abiertamente si es que hay algún malestar interno que no permite que nada funcione y se vea bien.
A la hora de rematar esta nota, que llevaba esperando algún repunte promisorio que nunca llegó para rebajarle la carga pesimista de la misma, Miami tiene 8 derrotas, tres empates y dos victorias. Su defensa es terrible y su ofensiva no pesa después de la fecha 15.
Lleva siete partidos donde no marca gol, es decir más del 50% de sus salidas con la pólvora mojada. A eso hay que sumarle que solo contra Nashville, el pasado 2 de mayo, fue el único partido donde no recibieron un gol, sin mencionar que la jornada posterior a esta, es decir la del 9 de mayo, les marcaron el gol más rápido de la temporada (Atlanta a los 9’). De paso, para hacer más feo este panorama, una revisión detallada de los goles que les han marcado nos permite deducir que este es uno de esos conjunto que en los primeros 15 minutos es muy probable que esté en desventaja en el marcador.
De todos los goles que le han convertido, seis han sido anotados en la primera fracción, los otros 17 siempre han encontrado la red en la parte complementaria en donde el grupo, por lo general, decae en su rendimiento físico. De hecho, se demoraron un mes para poder volver a marcar en la portería rival. Hasta la fecha 15, que se jugó el 26 de julio, donde hicieron un gol y se fueron atrás como si estuvieran defendiendo la final contra Filadelfia, el último tanto lo habían marcado el 26 de junio cuando perdieron, otra vez de locales, el clásico de la península frente a Orlando.
Inter, por el momento, es el único equipo de la liga con 13 partidos jugados, es decir dos salidas menos que cualquier rival, así que necesita apuntarle con todo a esos duelos pendientes, si quiere tener algún chance de recuperación y vergüenza. Beckham dice que respalda a Neville y que está seguro de que sacará el equipo al lugar que pertenece, pero estas son palabras que, sin reparos, puede cambiar con los próximos resultados.
Repasando ligeramente el apartado del gol diferencia, Miami tiene 10 a favor, 23 en contra para una media negativa de menos 13, confirmando una descompensación entre defensa y ataque.

Es complicado pensar que las dudas no se aferren a un Inter Miami que no solo es el peor equipo por cifras en la liga, sino un conjunto que deja muchas fisuras desde lo colectivo hasta lo individual, incluyendo en este último paquete a un técnico que tampoco deslumbra por su capacidad, más allá de que en cada respuesta que da siempre busca conciliar la derrota con las expectativas y mermar la ansiedad que se empieza a apoderar de una afición que intenta enamorarse, tener un motivo para cambiar los bares y las discotecas por una tribuna deportiva que, hasta el momento, sigue enviando a los seguidores a sus casas con la bilis alborotada por lo que se ve en la cancha y por la historia de un Miami Fusion que nadie espera repetir.