
Faltan escasos días para que inicie la atípica Copa del Mundo que por irrespeto al fútbol y amor al dinero, se va a realizar en Qatar en un mes donde por lo general pensamos en regalos, buñuelos, pastelillos y lechón, y no en el rodar de un balón que traicioneramente nos encanta y nos hace olvidarnos de todo, hasta de la pena, la vergüenza y la solidaridad.
Es que no me cabe en la cabeza que hoy, después de cuatro años y lo sucedido en Rusia 2018, todavía no sepamos si Francia seguirá reinando o cederá el título a otro de los afamados oncenos que por tradición y capacidad figuran en la vitrina de los eternos favoritos.
El culpable de este desatino tiene nombre propio: Joseph Blatter. El octogenario expresidente de la FIFA, quien por 17 años se sintió el amo del mundo, antes de ser imputado por corrupción, le ha dicho al matutino suizo Tages Anzeiger que lo de este año es “un error total” asumiendo la responsabilidad por su penoso criterio cuando era la máxima voz del organismo mundial, estando sumergido en un mar profundo y sucio de ofertas y dineros extraños.
Para quienes hemos tenido la oportunidad de participar en un Mundial, sabemos que allí convergen no solo aficionados de todo el mundo sino seguidores que tienen, principalmente, una capacidad económica saludable, lo que de paso le da un estatus elitista a la competición. En estas pruebas los ladrones y pillos son de producción local y no llegados desde afuera, pero en ella participan personas que se han preparado por cuatro años en divertirse en torno al deporte que los apasiona y de paso disfrutar de las bondades del país anfitrión de turno.
Sin embargo, para tristezas de muchos, esta vez quienes viajen no podrán gozar de algunos placeres que son parte de la fiesta en otras latitudes. En este pequeño emirato no se podrá consumir licor en lugares públicos (solo en espacios privados), las mujeres deberán ser recatadas en su vestuario (cuidado con los shorts, minifaldas, blusas de tiras etc.), y mucho más cuidadosos deben estar los de proba debilidad por su mismo sexo, ya que estarán en predios intolerantes con estas preferencias. Tampoco se podrán hacer manifestaciones afectivas en espacios abiertos, como si un beso o un abrazo, además de las otras prohibiciones, fueran infracciones mayores que los comprobados atropellos, violaciones, exabruptos, ultrajes y abusos cometidos con el personal extranjero que contribuyó en la construcción o remodelación de unos estadios que solo cumplirán la función de albergar los partidos y obnubilar a los visitantes por sus majestuosos diseños y estructuras, los cuales al término del evento, y esto ya está confirmado, serán modificados para convertirlos en espacios comunitarios como escuelas, clínicas y otras instalaciones cívicas. Todo lo contrario a lo sucedido con varios recintos construidos o renovados para la Copa del Mundo Brasil 2014, entre los cuales hay algunos que luchan por mantenerse ya que fueron edificados en ciudades donde no existían equipos de primer nivel, y hoy son considerados como auténticos “elefantes blancos”. En Qatar no habrá este problema porque allí se dará paso a la soberbia que el dinero permite: construir estadios que luego se irán al carajo.

En Qatar, que hoy es símbolo de progreso en el área desde 1970, y que alguna vez fue una colonia británica, hasta 1968 cuando se sacudió de esta opresión, la ciudad de Doha, que es básicamente donde se realizará la prueba, dentro de los 8 recintos deportivos que ya están listos (el menor número de estadios en la historia de la prueba), es probable que los visitantes se impresionen por muchas cosas (entre ellas la seguridad), pero es claro que aparte de su belleza y arquitectura futurista, el paseo tocará el bolsillo de los turistas ya que después de haber invertido 2 mil millones de dólares, pocas cosas se podrán encontrar a un precio razonable. De hecho, como una noticia que para muchos resultó jocosa en su momento, se supo que algunos propietarios de vivienda o apartamentos estaban enviando cartas de cancelación de contrato a sus inquilinos, con solo 10 días de anticipación, en un intento por tener disponibles las unidades de vivienda para los visitantes. La idea, según los dueños de los predios, es que en un mes devengarán lo que reciben por 6 o 8 meses de renta regular.
A este Mundial no asistirán algunas figuras de la vitrina mundial como el noruego Erling Haaland, el egipcio Mohamed Salah o el austriaco David Alaba, entre otros, sin contar que muchos de los grande jugadores llegan tocados y con una carga muscular creciente porque apenas están a mitad de temporada dentro de sus torneos locales y las competiciones europeas de clubes.
Quizás también esté ausente un grupo importante de aficionados que no se siente cómodo de visitar una nación con leyes estrictas y posturas radicales, que tal vez se suavicen un poco para no sustentar lo que muchos temen, pero que solamente al epílogo se podrá determinar qué tan suaves o severos estuvieron, porque hay algunos fanáticos, como siempre ocurre, que poco les importa las restricciones de los países que visitan.
Al final los asistentes tendrán muchas cosas que contar y seguramente que intentarán divertirse al máximo como siempre ha ocurrido, pero no es mentiras sostener que, por encima del dinero, lo dicho por Blatter es tal vez de las pocas cosas acertadas que ha manifestado en los últimos años. Este Mundial es un error y si no fuera por todo el monumental carrusel de dinero e intereses particulares que se tejieron en su designación, hoy quizás ya estaríamos preparándonos para vivir las fiestas de fin de año, como siempre ha ocurrido, y no esperando a que un evento deportivo altere las relaciones familiares (esta es una época de familia) cuando es claro que, por encima de todo, el Mundial tiene un algo encantador y maravilloso que nos embrutece a todos y que no nos permite entender razones.