
Las palabras del astro portugués Luis Figo resumen la sensación que hay con respecto a la anunciada Superliga de Europa. «Esta llamada ‘Superliga’ es cualquier cosa menos ‘Súper'», aseguró Figo, quien afirmó que solamente sirve «a propietarios interesados, que dejaron de preocuparse por sus aficionados hace tiempo, y con total desprecio por el mérito deportivo”.
La Superliga de Europa, como está diseñada, resultaría ser de todo menos europea, ya que por sus características elitistas es una prueba excluyente y reservada solo para los clubes más ricos del mundo; para los que tienen las mejores plantillas; las nóminas más costosas; las mejores sedes deportivas y planes de desarrollo, así como aficiones grandes no solo en sus países sino en el mundo entero, por lo que sus derechos de televisión valdrán una fortuna, por encima de lo que cualquier medio haya pagado anteriormente. Pero, al parecer, eso es lo que necesitan ellos: más y más dinero, para superar sus excentricidades y desproporcionados gastos.
En esta Superliga no tienen cabida los humildes campeones como aquellos que anualmente brotan en Rumania, Suecia, Suiza etc. Es como si el deportivo Pereira, en un ejemplo más criollo, no pudiera ir a una Copa Libertadores porque el torneo se cierra repentinamente solo para que Boca, River, Flamengo, Corinthians y los más tradicionales del sur del continente participen en él, o estas entidades deportivas deciden hacer su propia carpa para repartirse los trofeos y el dinero alejándose de la Conmebol (ojo que algo así pudiera ser considerado, de acuerdo con el resultado de esta “revuelta europea”).
Sin embargo, la UEFA, las federaciones española, inglesa e italiana, así como la FIFA, se mantienen en una posición inamovible en cuanto a posibles sanciones que van desde la suspensión de los clubes en sus ligas domésticas, hasta la prohibición de los jugadores para militar en competiciones internacionales que incluirán la Eurocopa y el Mundial.
Nadie discute que estos clubes son los más costosos, los que el público prefiere ver por los jugadores de talla que componen sus plantillas quienes, al final, son los que llenan y convocan. Pero lo anterior no se da porque les hubiera caído del cielo alejándolos a un rincón exclusivo; como si lo que tienen fuera algo heredado de manera gratuita y no con una lucha histórica (en el plano deportivo y administrativo) que debería impulsarles para ser ejemplo de superación y no de arrogancia y división.
Al parecer son muy pesadas unas cargas económicas que obligan a buscar más ingresos para seguir teniendo los mejores jugadores y poder continuar con un monopolio deportivo difícil de quebrar. Es como si la FIFA cerrara el Mundial a las mismas 16 selecciones cada cuadro años, cancelándose las Eliminatorias, cuando la rectora lo que quiere es ampliar el número de participantes para ser incluyente.
Los tradicionales monarcas quieren seguir sumando títulos nacionales (si es que los dejan competir en los torneos domésticos), y parar de mezclarse con equipos que, en distintas ligas, procuran como mínimo alcanzar las zonas medias de la tabla para clasificar a competiciones internacionales que son las que salvan el patrimonio de muchos de ellos, especialmente cuando sus humildes aficiones compran las taquillas con muchas ganas cuando uno de estos «monstruosos» equipos visita sus predios.
Estos encopetados clubes pretenden eliminar intermediarios en el manejo del dinero y por eso se han sacudido para que la UEFA no tenga injerencia en sus propósitos y potenciales ganancias. En vez de repartir mucho entre muchos, quieren lo mismo o quizás más, pero entre unos pocos. Es esto o que el ponqué monetario que actualmente se maneja les favorezca ampliamente cuando llegue la hora de la distribución
Con esta mención se analiza el futuro inmediato de la Champions y la Europa League que, con tres de cuatro equipos de la Superliga en el caso de la primera, y dos en el caso de la segunda, podrían quedar apeados. De ser así, entonces la final de la Champions se quedaría sin finalistas y el PSG debería ser nombrado campeón si todavía se mantiene ajeno a la participación del proyecto.