De la mediocridad deportiva al delirio del VAR

No fue un buen partido, pero el arbitraje resultó fatal por encima de todo.

Debería escribir sobre cómo jugaron los equipos y lo bueno o malo que hicieron, pero me siento obligado a resumir todo en una jugada puntual que, dentro de lo bien, regular o mal que haya jugado el local, determinaba la victoria para el onceno que fue un poco más allá de la marrullería del visitante, en procura de defender una casa donde no ha podido ser infalible y en una ventana donde todos los resultados se le dieron para que durmiera tranquilo hasta noviembre, pero se tiene que conformar con aceptar, en algún momento, que de esta manera se puede llegar a la meta como igual se puede fracasar en el intento.

Les había dicho que en Barranquilla se vería un partido apretado y feo; de mucha pierna, de pocos espacios como en la pasada Copa América y no sé porque la gente esperaba algo distinto, como si estos dos oncenos y sus técnicos, hubieran hecho cambios radicales en su concepción de juego y maniobras tácticas.

La pobreza futbolística de los ecuatorianos solo se puede equiparar con su alta cuota de concentración para seguir un libreto (que debería olvidarse), donde se procuró jugar al límite del reglamento, con velocidad en el anticipo para no dejar pensar al oponente, para arrinconarlo y desesperarlo. Algo que es válido en el mundo de la táctica, pero que demerita el potencial de un equipo con aspiraciones de ir a un Mundial y con una mejor expresión futbolística.

Lo que nadie había contemplado era la presencia de un pusilánime personaje como el árbitro Diego Haro, quien no por tomar dos decisiones polémicas a través del VAR (la primera correcta, la segunda no), sino por permitir el juego fuerte y la pérdida deliberada de tiempo de los visitantes, de manera exagerada, atentó contra el normal desarrollo de un partido que desde la previa se antojaba complicado (no se jugaron más de 30 minutos).

Son estos personajes, con una escarapela que les pesa, los encargados de lastimar la credibilidad de los jueces de la CONMEBOL, y de paso aportan un desconsuelo absoluto en las gradas de los estadios y aficiones del continente.

¿Fue o no fue?

Hoy todos se preguntan si fue o no bien sancionado el gol que Jerry Mina marcó en el último aliento del partido, el cual hubiera supuesto la tercera casilla para el equipo cafetero en el acumulado general.

Muchos expertos coinciden en que sí, que fue bien anulado, mientras que otros, también conocedores, opinan lo contrario. Todos miran e interpretan el reglamento y una inmensa mayoría lanzan temerarias opiniones al aire que son tan peligrosas como los árbitros de la Conmebol.

De la misma manera se pudo evaluar lo que el VAR evaluó, y es allí donde quedan las dudas, donde molesta; donde es claro que la tecnología no es el problema, como si lo es el criterio en las apreciaciones o interpretaciones del reglamento, cuando existe un grupo (me incluyo en él), que defendemos la presencia de esta herramienta que enfrenta una resistencia mayor. En situaciones como esta no sabemos cómo defender lo que no se puede.

Los que están de acuerdo en que el réferi peruano acertó, así como los asistentes del VAR, se aferran a lo que subraya la regla 12 del reglamento, donde quedó definido desde hace unos meses que cualquier acción dentro del área donde el jugador en ataque controle el balón con la mano, sea o no involuntariamente, y esto le ayude a marcar un gol, no tendrá validez.

Queda claro que cuando un balón le llega a un jugador procedente de su propio cuerpo o del cuerpo de otro jugador, e impacta la mano, es prácticamente imposible impedir dicho contacto, evitando que la mano tenga que ser sancionada, sin importar qué pasa después.

Si bien en ese momento se elimina el concepto de voluntario o involuntario, este tipo de añadidos hacen que lo sencillo se convierta en complicado, por lo vago del contexto.

Sí fuera tan sencillo como parece, entonces la mano de Mina quedaría en el apartado de lo “no sancionable” de manera inapelable, pues el balón, antes de filtrarse entre las piernas y pegar en la mano por detrás del cuerpo, golpea el talón de la extremidad izquierda del defensor (sin tocar tierra).

Hasta aquí, si usted me cree, este asunto debería quedar resuelto. Sin embargo, he notado que todos le apuntan solo al contacto del balón con la mano (que es evidente), pero con una interpretación muy distinta, desde mi punto de vista, a lo que los entendidos deberían señalar como un yerro de enormes proporciones cuando se tiene credenciales FIFA y se mira la jugada con microscopio para justificar la decisión.

Antes de explicar por qué lo veo así, me remito a la situación del penal que le sancionaron a Ecuador y que el mismo árbitro reversó cuando vio que la jugada nació de una clara posición adelantada que invalidaba el resto de esta.

Si una cosa decanta en la otra, entonces en el gol anulado, si la mano de verdad tenía que ser sancionada como intencional o no; antinatural, inminente o como usted la quiera llamar, entonces el central y sus auxiliares debieron pitar penal a favor de Colombia, porque dos defensores ecuatorianos estaban tomando de la camiseta a Mina, y son ellos los encargados de que el jugador no esté estable en el área cuando el balón pica en tierra, pasa entre las piernas y sale por detrás (reitero), sorprendiendo al defensor cuando el útil pega en su mano y  este, por reflejo, intenta sacarla de la acción, siendo el mismo contacto el que le advierte donde está el útil, lo que le permite recuperarlo con la pierna derecha y luego rematar entre las extremidades de los dos hombres que lo tenían reducido (cayendo cuando gira). Por eso, si el gol era anulable, entonces el penal resultaba inevitable.

Los señores del VAR, para agudizar el horror, ya que en el audio se escucha como advierten el contacto del esférico con la pierna del defensor, dicen que fue una “mano involuntaria con inminencia” lo que es una franca contradicción. Lo inminente va a suceder en breve; lo involuntario no se puede controlar y mucho menos cuando sorprende desde atrás. Esto reafirma la poca intención del jugador por sacar ventaja de la maniobra con la mano, ante la imposibilidad de moverse porque Piero Hincapié no le daba libertad al espigado central, antes de que llegara Pervis Estupiñán para amarrarlo aún más.

Cuando se mira tan detalladamente una acción, se deben poner en la balanza todos los acontecimientos válidos que el reglamento advierte y no solo los que se quieren evaluar. Por eso el penal de los ecuatorianos no lo fue, porque apropiadamente analizaron el todo de la situación, como debieron hacerlo en esta puntual jugada que, si bien era un golpe de suerte mayúsculo para un equipo confundido y una cachetada para otro amarrete, fue gol y punto.

Ecuador hace el negocio

Gustavo Alfaro, después de perder en Venezuela (donde nadie lo esperaba), era consciente de que solo sumar en Barranquilla le servía en esta ventana, donde al final cerró con cuatro puntos sumados, siendo el equipo, dentro de los primeros cinco, que más progresó en la tabla. Arrancó de cuarto y terminó de tercero con 17 unidades (le sacó uno a Colombia y dos a Uruguay), mientras que el equipo de Rueda, que no perdió, pero tampoco supo ganar, le recortó la ventaja de dos unidades a los charrúas (eran terceros con 15 puntos), mientras que los dirigidos por Tabárez quedaron muy lastimados con dos derrotas (de visitante ambas) y seis goles en contra (solo marcaron un gol contra los brasileños), lo que les deja con una diferencia de (-3) en la quinta casilla y mirando a Chile que está a una victoria de alcanzarles. Tiene que leerse de esta manera toda vez que en la próxima fecha los australes van de visita ante una lastimada Paraguay y los uruguayos esperan a Messi y su pandilla a ver si se pueden cobrar una revancha que, entre otras cosas, solo les sirve si logran ganar. Resignar más puntos aumenta las posibilidades de verlos por fuera de la zona de clasificación.

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