
Desde hace un año habito en una pequeña población que reúne, entre un sector y el otro, un poco más de 20 mil residentes. Es una comunidad pequeña, tranquila y donde se lleva una vida alejada del bullicio y el estrés de la grandes capitales. Mas allá del núcleo reducido de habitantes, que conforman una colectividad pujante y laboriosa, no quisiera pensar qué sería de este sector si el 33% de los residentes murieran de un momento a otro o todos estuviéramos forzados a laborar en condiciones paupérrimas. Sería devastador pensar en algo así, aceptando que el guarismo, como tal, resulte ínfimo para muchos insensibles.
Hace poco el prestigioso matutino británico The Guardian, reportó que más de 6500 trabajadores, en su mayoría inmigrantes de India, Pakistán, Nepal, Sri Lanka, entre otros, habían fallecido dentro de las obras que se realizan para construir los ocho imponentes y majestuosos estadios que albergarán el próximo campeonato mundial en Qatar. La gran mayoría de las víctimas han caído por conspiración de la pobreza, el hambre, el abandono y el temido calor que terminó por abatirlos, al ser sometidos a jornadas agotadoras y extenuantes en procura de terminar las estructuras deportivas en el tiempo establecido. Un ambiente falto de sensibilidad y respeto que de paso se torna opresor porque se conjuga, de manera fría, con la exasperante necesidad del obrero, cometiéndose todo tipo de violaciones y atropellos a los derechos y garantías del ser humano, en especial cuando un porcentaje extenso de la fuerza laboral de este país llega de otras fronteras.

Algunas entidades como Amnistía Internacional vienen advirtiendo de estas infracciones, pero como siempre ocurre hay un número importante de firmas, personas y aficionados que poca trascendencia le dan a la tragedia ajena, entre ellas la rectora de este deporte que hace oídos sordos a los reclamos, y en el peor de los casos admite las falencias pero asegura que todo va mejorando con su raquítica tendencia por desligar lo político y social con el deporte, como si ellos pusieran los muertos.
Cómo desconocer que más allá de la retórica barata de la FIFA por llevar este evento a países pequeños como un “catalizador” para cambiar algunos ambientes (según sus afirmaciones), las cosas no van más allá del disfraz que se le quiera poner al interés por el dinero.
En una amnesia tan repentina como colectiva, muchos olvidan que estos países se vienen escudando en el poder del metal y la extravagancia, para ir permeando el fútbol con una visión de negocios que raya en la excentricidad y el poderío del ego. Intentan con el dinero, de manera silenciosa y alejada, sin que parezca que son ellos, hacerle creer a los voraces ejecutivos que rebajar el tiempo de espera para una Copa del Mundo a dos años es saludable, cuando la realidad económica advierte que este tipo de pruebas solo la pueden realizar países con mucho dinero, economías muy fuertes o sin temor a la pobreza absoluta, toda vez que dicha competición es elitista por concepción y ejecución. Es la prueba reina donde un deporte tan humilde y sencillo como el fútbol, brotado en los rincones más simples del planeta, se adorna con una parafernalia costosa y de acceso limitado. Quienes hemos estado en una Copa del Mundo sabemos que allí van los que pueden y no los que quieren. Que en las gradas se juntan aficionados que duermen con fluides monetaria y otros miles que rompieron el banco con sus ahorros o hicieron préstamos para saldar el resto de sus vidas, sencillamente porque ir a un Mundial es un sueño al que muchos aspiran, por lo menos, una vez en su vida.

Algunos jugadores de Alemania, Países Bajos, Noruega, Dinamarca e Inglaterra, ya se han pronunciado al respecto, asegurando que sostienen conversaciones con otros colegas y selecciones amigas para intentar boicotear el evento (unos seleccionados están pensando no asistir si se clasifican). Se habla de marchas, manifestaciones y otras cosas más, pero la pregunta es de qué vale todo este tipo de esfuerzos cuando la conciencia ciudadana está fracturada por la insensibilidad.
Podemos estar seguros que si prospera la absurda idea de tocar el Mundial en su tiempo de espera, reduciéndolo por dos años, no vamos a ver, ni mucho menos, sedes como El Salvador 2028, Nicaragua 2030 etc., porque este tipo de eventos lastima a los países sin poder monetario y de hecho poco le interesa a los organizadores. Es más, de las recientes aventuras realizadas en África y Brasil, por citar dos ejemplos no tan lejanos, no quedaron muy buenas noticias y si bien en las redes circulan informes que fueron concebidos a pocos años de la realización de estas pruebas (y que hoy pueden parecer viejos), no es falso admitir que aun hoy, ocho o diez anos después, las heridas económicas siguen sin sanar.
Sin embargo, la idea de Giani Infantino y el resto de inescrupulosos directivos pasa por las cuentas bancarias y nada más. Por eso no es descabellado pensar que otro aborto como el de Qatar se pueda seguir dando en estos países donde el dinero que genera el petróleo abunda para despilfarrar en oro, joyas, animales exóticos y quién sabe cuántas excentricidades más, como una prueba del orgullo que abriga a estos aderezados jeques.
Es difícil pensar que se lleve a cabo en completa normalidad un evento donde el clima, de por sí, ya es agresivo y donde la gran mayoría de concurrentes, por cuestiones ideológicas, son impuros y llenos de pecado, entendiendo que nuestras culturas son abundantes en gustos y antojos que dentro de la óptica de los anfitriones rayan en lo prohibido. Aun así están dispuestos a ceder un poco para mostrarle al mundo lo que son capaces de hacer con su dinero y lo que pueden construir con su orgullo, así el sudor lo ponga un amplio grupo de seres humanos muy sencillo, lleno de urgencias y con una necesidad inagotable de colmar las penurias.
Es respetable su estilo de vida y sus creencias, pero es un poco complicado que se puedan mezclar dos mundos tan opuestos por sus filosofías de vida y fe solo por el amor a un deporte. No es cuestión de sectarismos o pensamientos discriminatorios, todo lo contario. Es solo que cuando se lee la historia y se entiende lo que el radicalismo y el fanatismos puede hacer, es más fácil pensar en guardar la distancia con respeto absoluto (sin cuestionamientos hirientes) y no en combinar corrientes opuestas en toda la extensión de la palabra. Es claro que el agua y el aceite no hay manera de combinarlos.