
Por: Jairo A. Castrillon
Mientras los neoyorquinos celebran y hacen ruido, otros nos tenemos que quedar callados porque no los vimos venir; porque siempre le apostamos a la calidad individual del rival de turno y se nos olvidó la vergüenza colectiva del grupo dirigido por el noruego Ronney Deila. Porque Nueva York se ganó este trofeo por méritos propios y no por accidentes de la liga como cualquier despistado pueda pensar. Porque en el camino dejó a grandes aspirantes que se diluyeron con una propuesta sencilla y sacrificada como la expuesta por el colectivo celeste. Porque hoy, aparte de la merecida celebración, es adecuado intentar resumir en pocas palabras un trabajo que rindió frutos de manera tan silenciosa como el estratega que la articuló.
El nuevo monarca de la MLS tiene una historia breve que se remonta al 2015 cuando llegó al escenario profesional dirigido por un petardo en el banquillo técnico llamado Jason Kreis, y un grupo de jugadores que poco revuelo causaron aparte de tres estelares como el español David Villa, el británico Frank Lampard y el talentoso Andrea Pirlo que dieron una que otra pincelada de vergüenza y talento, así muchos opinen lo contrario.
Como ha sucedido en los últimos diez años, estos elementos de cartel aterrizan para fomentar un despegue, atrapar un grueso capital acreditado con robustas chequeras, y luego se van a terminar de educar a sus nietos. Aquí ya no llegan para cautivar a los aficionados locales, porque estos ya aprendieron a querer lo suyo, los chicos que brotan de las academias nativas, y le han puesto los ojos a jugadores extranjeros y nacionales muy jóvenes que se han convertido en el centro de interés.
Después del funesto Kreis, llegó Patrick Veira, hoy al comando del Crystal Palace, aportándole protagonismo al conjunto y bajo su mando se añaden elementos importantes al nuevo ADN de los jugadores que se van incorporando al proceso de recambio, acostumbrándose, de paso, al protagonismo inminente de una ciudad inmensa, exigente y complicada en toda su extensión.
Tras la salida del estelar francés en 2018, apareció por ahí un tal Domenec Torrent Font, catalán de medio pelo que por haber asistido al reconocido Pep Guardiola en aquel inolvidable Barcelona que construyó, creyó tener la barita mágica para romper pronósticos, después de dirigir previamente equipos de menor talla, y también se fue con la cola entre las patas, con un legado tan risible como fácil de olvidar.
Llegaría en su reemplazo un exdefensor noruego llamado Rony Deila. Espigado, hombre de pocas sonrisas, pero trabajador inclaudicable. Sin haber orientado equipos de renombre, sus credenciales se basaban tras haber saboreado títulos de liga dirigiendo en Escocia al Celtic de este país. Fue curiosamente en 2015, cuando nace NYCFC, que atrapa el primer trofeo con el club escocés.

Aparte de la llegada del noruego, y una orden precisa para los scouts de ir en busca de nombres poco conocidos, pero con capacidad, a la nómina se fueron añadiendo elementos jóvenes que tuvieron el apoyo de su entrenador, junto a algunos jugadores de recorrido que aportaban claridad, como es el caso de Maximiliano Moralez.
El argentino, después de pasar por Italia y México, aparte de la selección nacional, Racing y Velez, en su país, desde que pisó la cancha se ganó el aprecio de todos por su fútbol. “Frasquito” (como le dicen), no será un hombre corpulento, pero anda tres segundos adelantado en la lectura de los partidos y es una máquina exquisita para ceder el balón. Ha sido, desde su arribo, el motor del equipo en el sector medio y parece que por ahí andará una temporada más (llegó a NY cuando tenía 29 años).
Con este nuevo proceso y política de cambio, fueron brotando jóvenes como el paraguayo Jesús Medina (24), el aguerrido defensor James Sands (21), el lateral derecho Tayvon Gray (19); el volante Alfredo Morales (22), el charrúa Santiago Rodríguez y los delanteros Telles Magno (19) y Tyago Andrade (21), ambos procedentes de Brasil a mediados de la temporada, junto a Valentín Castellanos. Este último un mendocino que estaba despuntando en Chile con la Universidad de este país, y quien desde su llegada se volvió en referente de gol, consagrándose este año como el botín de oro con 19 tantos, y de paso marcando goles claves en instancias decisivas para que su equipo pudiera acariciar el anhelado trofeo. Ahora, es casi seguro, su futuro está en Europa donde el equipo base, Manchester City, lo mira con agrado.

Pero no solo fue este grupo de jóvenes lo que cambió la cara del campeón. En la portería estuvo un veterano como Sean Johnson que arrancó como profesional en Chicago hace 11 años, y desde que llegó al cuadro celeste ha sido prenda de garantía. De hecho, su actuación en estos playoffs resulta fundamental para asegurar el título. Atajó tres penales en dos partidos y con los dos que paró el sábado se convirtió en el tercer guardameta en lograrlo durante una final como lo hizo en su momento Nick Rimaldo en 2009 con Salt Lake y Jimmy Nielsen en 2013 con Sporting Kansas City.
Súmele a la plantilla un veterano de Luxemburgo llamado Maxime Chanot (33), quien aparte de sus condiciones artísticas es duro en el sector posterior. Junto a Castellanos y Alfredo Morales, este defensor central es un virtuoso del teatro y la payasada, pero rendidor a toda prueba.
Nombres como el del islandés Goumundur Porarinsson (29) y el peruano Alexander Callens, también deben ser destacados en un bloque defensivo que trabajó de manera seria e incansable hasta tocar la cúspide de la prueba.
Teniendo esta columna de jugadores, que se conocían desde hace un par de años, Deila inicia su labor en la temporada con un recorrido que por momentos se tornó irregular e impredecible. Tanto, que muchos no los veían ni siquiera en la postemporada donde estuvieron en varias jornadas por fuera, especialmente en los meses de agosto y septiembre, y cuando entraban era arañando la sexta o séptima casilla. Sin embargo, hubo un partido que marca la diferencia en este sendero, un segundo aire que se tomó y que los impulsó a la línea de meta.
Habían arrancado con solidez, pero de un momento a otro empezaron a perder brillo y protagonismo. Entre el 18 de agosto y el 17 de octubre solo habían sumado una victoria, por ahí sacaron tres empates y sumaban cinco derrotas, dos de ellas con su enconado rival de patio (si es que se le puede decir así porque siempre han jugado en New Jersey). Sin embargo, el 21 de octubre se fueron a la ciudad de Atlanta para enfrentar a un equipo que también intentaba salir de las dudas y de manera valiente pellizcaron un punto al igualar a un tanto. No parecía que tenían con qué, pero de a poco fueron creciendo hasta sumar lo que lucía extraviado sin suponer que esa unidad sentenciaba el reencuentro con su fútbol, el compromiso y la ilusión, porque desde entonces pasarían 57 días sin conocer la derrota hasta coronar la prueba.
En la postemporada, aparte del primer partido contra Atlanta (otra vez), se pasaron por predios muy complicados y en cada uno de ellos la afición local terminó amargada por la inteligencia, el coraje y la disciplina táctica del campeón.
Después de liquidar a Atlanta dos por cero en el amorfo diamante de los Yankees, se fueron al estadio Gillete y allí rompieron la olla. Pusieron al técnico del año, el americano Bruce Arena; al mejor arquero, Matt Turner, y al jugador mas valioso (MVP), Carles Gil, junto al resto de los Revolucionarios por fuera de la prueba, cuando eran los máximos favoritos al trofeo, tras un recaudo escandaloso de 73 puntos en una temporada (con solo cinco derrotas y estableciendo nuevo récord en la liga), sumado al mayor arsenal de goles entre todos los participantes conjugados. Un porcentaje amplio en los botines del polaco Adam Buksa y el gaucho Gustavo Bou (combinados marcaron el 36% del total). Sin pena ni vergüenza, en serie de penales, tras igualar a dos tantos en los ciento viente minutos, despacharon al campeón de la reclasificación (Supporter’s Shield) y primer representante de la liga en la Liga de Campeones del área que se quedó “vestido y alborotado”. Fue una tristeza mayúscula.

Luego darían el siguiente bofetón en el estadio Subaru. Con casa llena agotaron la resistencia de Filadelfia y lo liquidaron a falta de tres minutos para terminar el tiempo reglamentario. Era la final de la división y Castellanos, que había marcado contra Atlanta y Nueva Inglaterra, estaba ausente tras ser expulsado en la última salida. Sin embargo, apareció el joven Telles Magno y aportó su cuota en el suspiro final y una vez más, como aconteció en Boston, los aficionados se quedaron con los ojos rayados de tristeza e incredulidad.
Ya en la final la localía le favoreció a Portland por haber hecho más puntos en la temporada regular, hospedando el decisivo duelo en el mítico Providence Park, ante una de las aficiones más fieles del torneo. Hubo aficionados que esperaron en las afueras del estadio 72 horas antes, metidos en carpas, sentados, aguantando frio, y de nuevo, en esta constante de sufrimientos para los dueños de patio, se tuvieron que ir pálidos de la tristeza y una angustia reflejada en todos los sectores del recinto deportivo.
NYCFC jugó un primer tiempo notable, de igual manera que lo había hecho en los duelos previos tras la victoria transitoria con el tanto de Castellanos. Resistió hasta el final cuando aparece el impensado gol en los botines del chileno Felipe Mora y de ahí la explosión de alegría total del Ejercito de los Leñadores. Luego de manera fría y precisa, bajó la temperatura de todos los asistentes desde el insufrible manchón blanco, quienes no tuvieron más opción que verlos levantar el trofeo en su propia casa cuando la fiesta estaba preparada para otra celebración. Muchos lloraron como sinónimo de una tristeza desbordante en cada cancha donde se plantó el nuevo soberano.
Con esta victoria NYCFC no solo consiguió su primera copa de liga, sino que selló un torneo divertido y ameno, donde se marcaron 1313 goles en 712 partidos, dejando en cada fecha una media de seis millones y medio de dólares por concepto de taquilla y un promedio de asistencia de 22 mil aficionados y algunos estadios, como el Q2, que tuvo aforo total en cada partido que Austin jugó en casa.
Concluye un campeonato donde en el arranque hay, por lo menos, 20 equipos en la lista de preferencia, cruzando en primer lugar el que pueda mantener el pie en el acelerador durante la impredecible recta final.
Con la obligada para se avecinan nuevas contrataciones y más elementos que se preparan para ir a Europa, mientras otro contingente de muchachos se alista para el arribo, al igual que uno que otro veterano mantiene la esperanzas de seguir un par de torneos más.
Así cerró el telón una liga que se torna como la más equilibrada del continente y en donde el 75% de los pronósticos son errados por quienes creemos tener alguna idea de este juego. Felicidades al nuevo monarca y su afición, bien hecho.