El 2021 cierra con un tufillo sospechoso

Por: Jairo A. Castrillón

Siempre ha sido complicado escribir la columna del año agónico y pretender resumir lo más importante de la temporada, en especial cuando hay cosas definidas y otras que todavía flotan en el ambiente con un tufillo extraño y hasta sospechoso. Iniciaré en casa antes de procurar un paneo por otras latitudes.

La selección de Estados Unidos terminó el 2021 con una racha de 17 victorias al hilo, algo que nunca había sucedido en 86 años de historia. Con este cúmulo de partidos sin conocer la derrota, se llevó a la vitrina del ego la Liga de Naciones y la Copa de Oro de la Concacaf, aparte de mantenerse en ruta a la cita mundialista de Qatar, cerrando segunda en el tablero general detrás de una muy buena selección de Canadá y por encima de los mexicanos, otrora intocables en el continente. Qué bueno que la cosa es distinta para diversión de unos y sufrimiento de otros.

La MLS presentó un nuevo monarca, cosa que agrada cuando todavía se descansa en la sorpresa y no en la rutina de contemplar a los mismos con las mismas, como sucede en uno que otro rincón del planeta. Aquí, al igual que el béisbol, básquetbol y otros deportes, los equipos están para pelear por la hidalguía, no para animar o ser parte de un decorado tan necesario como improductivo. El día que esta sencilla liga pase la línea de la competencia y la diversión, para tornarse en un circuito reservado y previsible para tres o cuatro, entonces buscaré una nueva opción deportiva que me permita equivocarme en los pronósticos por su equilibrio y escaso manoseo.

NYCFC debutó en la lista de campeones tras sortear una serie de difíciles encuentros, silenciando agitadas aficiones locales que suponían una garantía que nunca pesó. Aparte de los dos trofeos (incluyendo el divisional), puso en el estrado a un chico argentino llamado Valentín Castellanos, quien rodaba errabundo y anónimo por algunas canchas de Chile y Uruguay esperando que alguien viera sus amplias condiciones, pero los aburguesados scouts de su país estaban en otro cuento y no lo veían llegar a ninguna parte. Bueno, ahora la cosa es a otro precio y en Europa preguntan a diario por el pícaro y joven atacante.

Bruce Arena, un técnico ganador y fundador de esta liga, merecedor absoluto de todo nuestro respeto y consideración, pudo reencontrarse con la victoria y otra vez recibió la deferencia que había perdido cuando fracasó, hace cuatro años, en conducir a la selección USA al Mundial de Rusia. Lo habían puesto en el cuarto de san alejo y algunos estultos sentenciaban su carrera, olvidándose que más sabe el diablo por viejo que por diablo. ¡Buena cucho!

Como jugador revelación y mejor juvenil fue elegido un chico de raíces aztecas llamado Ricardo Pepi. Un muchacho que a los 18 años se comprometió con el gol y de a poco empieza a mostrar sus condiciones. Es un centro delantero promisorio, serio y trabajador, pero aún le quedan cosas por afinar si de verdad espera trascender. Sin embargo, sus goles, que al parecer fuera lo único importante en un juego colectivo y no individual, opacaron la imagen del verdadero estelar: un canadiense llamado Tajon Buchanan. Un extremo de gran porte, potente, técnico y veloz que no se arruga y le gusta que lo sacudan a patadas por su atrevimiento. Hoy lo escribo, y espero que Canadá llegue al Mundial, para que el mundo pueda apreciar a este brujo de la banda derecha, cuyo futuro depende de sí mismo para ocupar un lugar de preferencia en uno de esos encopetados clubes que acaparan todo lo bueno que por ahí salta, respaldados siempre en sus gruesas chequeras. ¡Mucha suerte pelao!

En Europa, aparte de esa perezosa dosis rutinaria, destaco la Eurocopa 2020. Un torneo que llegó retrasado pero que resultó apasionante por un excelente nivel que nos deleitó hasta el final cuando se coronó campeona una selección italiana que, curiosamente, no ha podido asegurar el cupo en el torneo orbital del año que se acerca ante la incredulidad de muchos.

Esta inolvidable contienda europea, hizo, de paso, ver horrible el nivel de una desgastada Copa América que no motiva, pero que es lo único que tenemos. De allí solo se destaca la victoria de Argentina en la final, dejando en evidencia que Tite, Neymar y todo ese salón de costosas porcelanas no son irrompibles, así se hayan paseado por la Eliminatoria como si la misma estuviera llena de fantasmas, asegurando su tiquete a la cita orbital sin despeinarse.

Cuando se aprecia la altura de los europeos comparado con lo que jugamos en este sector del planeta (que odiosas son las comparaciones dirán muchos), solo nos queda preguntarnos si de verdad hay alguna posibilidad con Argentina y Brasil de recuperar ese torneo ecuménico que hace 20 años solo vemos en las portadas de los periódicos del Viejo Mundo.

La Liga de Campeones de Europa, de otro lado, apenas entró a su mejor fase pero con un sorteo chocante y vergonzoso porque la tecnología falló. Menos mal que “nadie” se molestó o levantó algún tipo de comentario pendenciero o inapropiado, lo que deja en evidencia la “grata confianza” que hay en los organismos rectores de este deporte por aquellos lares. 

Además, para no cercenar esperanzas, se refleja con mayor frecuencia en el horizonte esa división manifiesta e insondable entre los dirigentes del balompié europeo. La UEFA, que de mezquina no tiene un gramo, quiere frenar la avaricia de la FIFA (otra que solo le “preocupa” lo deportivo), mientras que la secta de los intocables le sigue apuntando a una pronta separación y así poder desarrollar su propio circo sin que nadie les toque un duro o les imponga condiciones. Don Floro, que nunca se ha escondido a la hora dejar en evidencia su codicia, al parecer sigue incrementando el malestar de manera silenciosa.

Don Infantino, como para generar un soponcio, ahora dice que si el Mundial no es cada dos años el fútbol corre el riesgo de morir. Sabrá el pelado cabecilla los motivos que ostenta para lanzar una sentencia tan lapidaria, pero le quedaría mejor aceptar, con franqueza, que son los poco más de cinco mil millones de dólares lo que le abre el apetito a todos (solo por derechos de televisión). Cinco mundiales, con cuarenta y ocho equipos, en vez de dos con treinta y dos, en un margen de diez años, representa 25 mil millones que no se pueden perder cuando hay quienes están dispuestos a pagar, entre ellos ese grupo extraño de jeques que se han dedicado a invertirle a un deporte que no tiene grandes ligas o escenarios en sus países de origen, pero que poseen vitrinas doradas en otros. Son luz en la calle y oscuridad en la casa.

Si damos un paseo por las ligas europeas no se aprecia nada distinto. Por allí, como pasó ayer, antes de ayer y cuatro días más atrás, observamos a los mismo arriba y los de siempre abajo, recogiendo migajas.

Bueno, es cierto que se mira a un Barcelona luchando con la historia que se ha impuesto, sin mucho fútbol y poco dinero, apuntándole a cualquier hechizo o milagro, sumado a una afición que no sabe vivir en la pobreza y a un grupo de fanáticos atacando en vez de respaldar un proceso serio y bien dirigido, cosa que no llama a la sorpresa especialmente dentro de ese inmenso grupo de «ciber» aficionados que, de un momento a otro, brotó por el impacto de las comunicaciones modernas, descubriendo un equipo grande, histórico y con tradición (casa de grandes jugadores), pero el cual pueden abandonar en cualquier momento porque la ausencia de raíces sólidas y sentimentales se los permite.

También, en la otra esquina de este complicado cuadrilátero, se aumenta el temor del popular virus y su nueva variante, la crisis que esto conlleva y un grupillo deprimido de “proveedores y compradores” donde el dinero ya no es tan abundante pese al grito y los «chismes exclusivos» que generan los agentes de los jugadores a ver si agitan el mercado y pueden pescar en un río muy reseco.

Podría cerrar esta micro gira hablando del tan mencionado Balón de Oro, pero por considerarlo una distinción alejada de la realidad deportiva para convertirse en un boulevard del egocentrismo, mejor diremos que la fortuna nos acompaña al poder disfrutar de los despreciados junto a sus diabluras, goles y maravillas con el balón.

La Copa Libertadores, para ir cerrando en este lado, es otro evento que solo apasiona a los participantes porque sus finanzas mejoran ya que en lo deportivo es tan discreto como se aprecia en cada punto cardinal del continente. De nuevo el trofeo se inclinó por los brasileños que siguen siendo los mejores, mas allá de la ampolla que cause en algunos rincones dicha afirmación.

En Montevideo les arreglaron y barrieron la casa para que cerraran el telón Palmeiras y Flamengo. El trofeo, una vez más, le quedó al cuadro verde que revalida lo hecho en 2020 y de paso atrapa el séptimo para los cariocas en los últimos dos lustros.

En la otra Eliminatoria de la Conmebol, esa que juegan los más discretos, solo diré que en medio de este adjetivo se pelan todos en calidad y contenido. Quedan dos cupos y medio y hay cinco conjuntos con ilusión de alcanzarlos. Todos ellos, en menor o mayor grado, dando tumbos y trompicones en un mar de irregularidades muy atractivo y doloroso. Cuando el dilema se resuelva solo quedará preguntarnos cuál será la meta que se tracen para la cita mundial o dicho en lenguaje más plano: ¿a qué carajos quieren ir?

En las ligas nacionales las cosas van sin mayores alteraciones. Con un fútbol ahí, medio flojo; estadios escasos de público, inseguros y por ende poco ruidosos no porque el virus ande por allí, sino porque desde hace mucho tiempo en los países subdesarrollados nos ladeamos por apadrinar la violencia de otras culturas para llevarla con “mucho orgullo” a nuestras canchas y de paso nos resultó más económico y cómodo permanece sentados en el sofá viendo ligas de otros países, dándole poca trascendencia a lo que deberíamos valorar y defender, para después estar quejándonos a cuatro pulmones por lo malos que somos, renunciando a admitir nuestra responsabilidad en el entablado de este deporte.

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