Inmersa en una discreción contagiosa, Colombia se queda sin tiquete para Qatar.

Ante la proximidad de la Semana Mayor, los protagonistas del rotundo fracaso en el proceso clasificatorio a Qatar buscan expiar sus pecados y responsabilidades.

Hace unas semanas escribía sobre la difícil situación y la necesidad de que algunos santos acomodaran este desastre a favor de los colombianos especialmente cuando salieron a empatar y perdieron con los argentinos en la fecha 16, sabiendo que no tenían otra opción que ganar para no depender de nada más. Dejaron, de paso, una muestra fehaciente de una constante mediocre y sin futuro. De ahí en más la ilusión se vaporizó, aunque algunos fervorosos creyentes terminaron arrodillados ante el televisor en la última fecha, como un acto de penitencia, esperando que San Bosco se atravesara en el recorrido de los peruanos y no lograran habilitar la materia (les había advertido que estos santos no son tan confiables en materia deportiva).

En este absoluto chasco todos somos responsables en mayor o menor grado, así algunos apunten en distintas direcciones y agachen la cabeza cuando los estén mirando con sospecha.

Colombia, que para mi sigue siendo la mejor selección del continente después de Argentina y Brasil (así muchos se rían y no haya logrado la clasificación), perdió el norte desde el momento en el cual importaban más los resultados que una propuesta definida en la cancha, como siempre lo hacen los gauchos y cariocas (y los grandes equipos del mundo), donde quieran que se paren. Tal vez será por ese “pequeño” detalle, que solo se obtiene con una mentalidad ganadora, donde marcan diferencia con el resto del continente, mientras que los cafeteros, convencidos de haber alcanzado la mayoría de edad, todavía nos arrugamos cada vez que los desafiamos.

Frente a estos dos colosos perdimos diez puntos sin ningún tipo de pudor. Nos empataron en casa y nos doblegaron por fuera aprovechando siempre esa exhibición frugal y timorata de un grupo humano y deportivo con mayores recursos, pero con un “culillo” a flor de piel. Qué eso le pasó a todos los demás, cierto, pero si esta sigue siendo la misma excusa de siempre para ocultar lo que es claramente visible, la pregunta sería ¿para qué nos quejamos si somos uno más del montón y allí nos sentimos cómodos creyéndonos las primeras naranjas del costal? ¿Hasta cuándo?

Brasil y Argentina siguen siendo los mejores de la Conmebol y los resultados lo confirman.

Si los colombianos no se hubieran enredado en las deficiencias futbolísticas de la zona y sus otros siete aspirantes, lo sucedido se hubiera evitado. Solo con este marcado y decadente equilibrio, se puede comprender por qué los dos supremos se clasificaron virginales y sin despeinarse, mientras que de ahí para abajo los demás progresaron siempre apretando los dientes. Es tan obvia la pobreza de los colombianos, que con un poco de jerarquía, de esa que estoy convencido tenemos en alguna parte hasta que alguien active el “chip”, este ridículo se hubiera sorteado.

Colombia terminó sexta con 22 puntos y una diferencia de 1, por detrás de una selección de Perú que recibió más goles en contra (-3), perdió más partidos (6), empató menos (3), pero ganó los duelos claves dejando expuesta la irregularidad de casi todas las plantillas en contienda. Sino ¿cómo se explica que junto a los incas, los ecuatorianos y charrúas hayan sufrido mayores derrotas y ahora estén en Qatar?

La respuesta se aprecia cuando se concluye que el grupo de Rueda fue el que mayor número de empates sacó (8). Perdió menos que los oncenos clasificados, pero no supo ganar los partidos definitivos, con una artillería de plastilina y un ambiente agresivo de inconformidad general, a cada momento y desde todos los flancos.

En Barranquilla resultó ser más peligroso un gato de porcelana que la tricolor. Solo en el metropolitano se fugaron 14 puntos de 27 posibles (más del 50%). Si un equipo con aspiraciones, nómina y recursos no es capaz de asegurar una casilla en su reducto, entonces ¿de qué vale la localía?

De visitante sumó 7 puntos con un solo partido ganado (frente a los peruanos cuando despegó la era Rueda), de allí en más supo sumar en Montevideo (después que nos habían pegado en casa), Chile (que no nos pudo ganar), La Paz (era un puntazo, pero allí ganó Brasil demostrando que si se podía) y en Asunción (nos repitieron la dosis los guaraníes en el compromiso de vuelta).

Entonces, haciendo matemática básica y sacando conclusiones sencillas: ¿de qué sirvió haber ganado 7 puntos por fuera, siempre aferrados a ese libreto frío y calculador, con un toque-toque insulso, cuando en la Arenosa, donde los equipos apretados atrás se tornaron inexpugnables, seguimos en la misma tónica y dejamos escapar la ilusión?

Retornemos lo que se pescó por fuera e imaginémonos que nos regresan lo que nos sacaron en Barranquilla para ver dónde hubiéramos terminado. ¿Lo entiende ahora? Los puntos por fuera son reales y a eso le apuntó el cuerpo técnico concretando una mediocre labor, con un fútbol soporoso que no trasciende, mientras que aquellas unidades que se evaporaron de la candente sede, porque estabamos seguros que allí eramos intocables, son las que amargaron el sueño de todo el país.

Ahora que ya no hay santo que nos acompañe, los índices de millones y millones de manos apuntan en todas las direcciones intentando descargar la frustración de una afición que es tan responsable como los directos implicados en el fiasco. No crean que por pagar la boleta y vestirse de amarillo tienen derecho a exigir lo mejor sin dar nada a cambio. El hincha debe entender, como sucede en el trabajo y el hogar, que moverse en un ambiente caldeado por el menosprecio y las ofensas genera que cualquier labor se torne perturbadora, angustiante y deprimente, y eso es lo que se hace repetida e incansablemente con las herramientas tecnológicas del momento. No es errado opinar, emitir un concepto, una posición, eso no es malo, todo lo contrario. Lo insoportable es transportar ese malestar callejero y vulgar de las esquinas, nutrido de un vocabulario bajo y arrastrado, para descargarlo con un odio feroz en las redes sociales. Eso daña, no ayuda. ¿A quién le gustaría vivir diariamente en un entorno tan viciado como en el que se movió el cuerpo técnico y el grupo de jugadores? No crea que el dinero que devengan y las comodidades que los arropan nos son suficientes para atropellarlos como seres humanos.

También es correcto darle un toquecito a cierto sector de esa prensa escandalosa y extremista (unos más que otros) que, consumida en volátiles conocimientos y respaldada por una facilidad de palabra extrema, que puede ayudar a desenredar lo que pasa en la cancha, complican de manera absoluta cuando el “opinador” se prende y son más sabios que Einstein y Galilei juntos en las previas o después de los compromisos.

Se van de una a orilla a otra en dos brazadas y si por ahí hay un malestar personal escondido, aprovechan los momentos coyunturales para hacer leña del árbol caído y descargar su veneno. Muchos, inclusive, saben que hablando mal y criticando sin piedad (a veces sin sentido) obtienen los seguidores que necesitan. Caminan elevados del piso cuando “los me gusta” se multiplican por miles. Por eso es que la afición se divide y replica conceptos sacados de apreciaciones populistas y poco ajustadas a la realidad que solo generan malestar.

Para rematar, con los directivos implicados (pero esta mafia parece intocable), señalemos que el cuerpo técnico debería dar un paso al costado por la división que ha causado. Esto no es cuestión de un malestar personal sino de una óptica profesional. No creo que nadie, conociendo de cerca a Reynaldo Rueda, su don de gente y su caballerosidad pueda atacar al ser humano. Sin embargo, desde el plano laboral, lo hecho por el equipo en la cancha, la frialdad para buscar resultados en vez de imponer un estilo, que decantó en un conjunto cambiante de acuerdo con el rival de turno, no ayuda para justificar la hecatombe y mucho menos para abrir promesas de un futuro mejor.

Aquí no es cuestión de medir conocimientos y formación, que por todos es ampliamente conocida. Es la frescura de estos ante un deporte que ha cambiado de manera abrupta y donde se necesitan equipos más dinámicos.

Si consultáramos, es casi seguro que por lo menos a un 80% de los técnicos del mundo les encanta tener la pelota (porque solo con ella se lastima al rival), pero otra cosa es qué se hace con esta y con qué velocidad se sorprende al oponente. Conceptos que manejan bien los dos grandes de Suramérica y que dejaron una grata imagen de aquella selección chilena que cerró un ciclo brillante que dañó transitoriamente la imagen de argentinos y brasileños, como absolutos de la Conemebol, con un fútbol distinto, divertido y peligroso.

En cuanto a los jugadores hay que sumar, multiplicar y restar para hacer un proceso certero de depuración. Son buenos y todavía algunos tienen vigencia, pero muchos ya no aguantan un ciclo más y mucho menos si se renueva la visión de juego.

El problema pasa por quiénes serán los que tomarán las riendas de cara a los retos que se avecinen. Muy pocas caras nuevas (mucho menos jóvenes) se hacen visibles abriéndose una cantidad enorme de interrogantes para hacer un recambio sano y alejado de interese particulares, si es que esto es posible en un país como el nuestro.

Los jugadores que formaron parte de este fracaso deben asumir su deuda dentro y fuera de la cancha porque aun no se olvidan esos tres puntos que se dejaron ir descaradamente de Barranquilla, ante los charrúas, y los seis goles que sospechosamente encajamos en Quito. Esos seis puntos deben tener otra respuesta que supere lo deportivo porque pasarán muchos años antes de que los ecuatorianos nos hagan otro racimo tan grande, así como a nosotros nos costará un siglo más repetir aquel 5-0 en Buenos Aires. Por eso la duda y la herida quedan abiertas.

Decir cuál es la solución y mucho menos quiénes los indicados será otra película que, como siempre, dejará abierta nuevas polémicas, rencores, malestares, insultos y malos deseos en una ambiente deportivo que ha crecido y copiado muchas cosas de las ligas avanzadas, entre ellas presionar desde afuera para desestabilizar lo que se hace adentro, si el decorado no es el que se quiere o considera adecuado, si es que en este deporte hay algo que tenga lógica cuando la pelota se mueve en la grama y el dinero circula en gruesos torbellinos por las canchas del mundo.

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