
El exclusivo y particular zoco que desde siempre ha existido en la más alta esfera del fútbol, sigue apestando y cada día se hace más insoportable el hedor así todos los sectores amarrados a este deporte guarden silencio o digan lo contrario.
Históricamente las principales ligas de Europa se han desarrollado con un patrón regular donde solo predominan tres o cuatro equipos denominados “grandes o históricos” dentro de cada una de ellas, y uno que otro valeroso grupo de infiltrados (llamados de media tabla), los cuales ocasionalmente iluminan los aburridos toldos deportivos marchitados por la constante repetición y monotonía ya que la competitividad, como tal, está cerrada a unos pocos aspirantes que se pueden lastimar entre ellos mismos de manera regular y de pronto, como ya está acotado, cualquier atrevido que rompa los pronósticos en su contra.
Es probable que las aficiones de estos encopetados clubes se contraríen por esta opinión, porque las mismas cada temporada viven un reiterado delirio entre la amargura, la intransigencia y el éxtasis por ser o no los primeros, mientras que los demás participantes, y por ende sus respectivas parcialidades, se quedan con las migajas dentro de sus propias urgencias por no regresar al descenso o por allí con una leve esperanza de pellizcar un cupo para otros torneos de poca monta, adicionales o de contentillo, como dicen los expertos, los cuales son menospreciados y pisoteados por la crítica especializada cada vez que uno de estos agigantados clubes tiene que ir allí cuando viven obligadamente esos periodos de transformación o malos manejos que les impiden sumar las mejores plantillas, como le sucedió a Barcelona esta temporada por citar un ligero ejemplo.
De ese repetido entorno se nutren aquellas aficiones que no aceptan nada más que la victoria lo cual es válido porque a eso las han enseñado, pero no le resta ni un gramo del aburrimiento que producen esos torneos que dejan de ser competiciones plenas, para resumirse en una cadenilla limitadas de partidos interesantes cuando el calendario enfrenta a los presumidos millonarios.
Resulta hasta fastidioso opinar algo en contra de ellos, porque si se hace entonces obligadamente eres de la tolda rival, como si esto fuera una constante inalterable. Es como si por criticar a Barcelona, por ejemplo, se tiene que comulgar con Real Madrid, o si es al Manchester City lo propio sucede con Liverpool o el United, así importe un carajo lo que pase con cualquiera de ellos, pues no hay nada que genere un vínculo o un motivo para seguirlos, más allá de lo que diariamente se consume en los medios masivos. ¡Que jartera!
Sin embargo, regresando al mercadillo obtuso, menciono los costos tras conocer el boletín número 384 del Observatorio Mundial del Fútbol (CIES por sus siglas en inglés). En el mismo, el organismo presenta la lista de los 100 jugadores más cotizados en las principales competiciones europeas durante los últimos doce meses y revisándolo detalladamente por lógica la sorpresa no es pírrica.
De esa lista, solo los diez primeros jugadores suman poco más de 1,300 millones de euros, algo que resulta ridículo por demás. Solo con darle un vistazo ligero al estudio, se contempla en estas diez primeras plazas jugadores de Manchester City, PSG, Barcelona, Real Madrid o Liverpool si es que alguno de estos nombres se les hace desconocido, y de allí en más el “extraño” fenómeno se repite una y otra vez hasta llegar al número 100. Hay pocos nombres que puedan sorprender y que no estén en la lista de los ya mencionados. Los de ellos valen, lo demás no tanto.

El colombiano Luís Díaz, que hasta hace solo cuatro meses tenía un supuesto valor de 45 millones de euros cuando estaba en el Oporto y de allí no iba a pasar si se mantenía en el cuadro luso, porque así es este cuento, ahora está cerca de triplicar su valor después de llegar al conjunto de Jurgen Klopp. Esto llama la atención porque cuando se pensó en comprarlo, los directivos del cuadro rojo se negaron a pagar la cláusula de rescisión que estaba en 80 millones por considerarla una exageración para este “tipo” de jugador, pero ante la sustancial ganancia, y el deseo del atacante y su representante, por supuesto, la transacción se facilitó. Lo curioso es que el cafetero ahora, solo por estar en el “elitista” club británico (sin obviar que deportivamente se ha ganado su puesto y el reconocimento), asume un valor impensable de casi 110 millones de euros, simplemente porque su pase, en caso de interesarle a alguien más, solo puede ser considerado por los equipos que tienen la capacidad de acceder a tan desproporcionados costos. Es como si en esta hilera de certeras mentiras, el precio solo se estableciera para que los mejores elementos puedan moverse entre los mismos de siempre y así mantener su dominio absoluto.
Esto motiva que todos los deportistas aspiren llegar a este nivel para formar parte del cerrado círculo que, en últimas, reafirma su futuro económico y aumenta las brechas entre los poderosos y los discretos aspirantes que siempre se mantienen en la retaguardia, ya que no pueden hacer nada para evitar esos contrastes que por siempre los mantendrán ausentes del protagonismo. Solo aspiran por allí tener un jugador que marque la diferencia en sus canteras, para luego venderlo por un valor más discreto a uno de los poderosos y refrescar un poco sus siempre agobiadas arcas.
Algún día, cuando se produzca un remezón al respecto, deberá existir un verdadero tope salarial para que todos los clubes en competencia puedan reforzar sus plantillas de manera equitativa con aquellos jugadores que solo pueden equiparar las cargas (dentro de límites económicos lógicos y posibles para todos), pero que en la actualidad inclinan la balanza en beneficio de ese pudiente grupo que las multitudes adoran por su historia y porque cuando el mundo se rompió con la maravilla del internet, tuvieron todo para seguir promoviendo sus divisas como marcas de gran consumo en una esfera que se mueve siempre en esa dirección.
Con lo anterior, a nadie le debe extrañar que este selecto clan de históricos y aburguesados clubes haya y sigan intentado separarse de la UEFA con la creación de una Super Liga reservada solamente para ellos; para mostrar sus jugadores, cotizarlos más, llenar sus arcas con contratos millonarios de televisión que se respaldan al ser los equipos que están sembrados en el subconsciente de los aficionados del mundo, como sucede al momento de pedir una bebida cola en un restaurante. Es lo que la gente quiere ver y para eso trabajan.
Son entidades que se transforman en máquinas que generan dinero de manera contante, llenando recintos deportivos donde siempre se apilan devotos leales que son, como sucede en las altas ligas, explotados con precios escandalosos por concepto de taquillas, merchandising etc., simplemente porque, entre risas y encantos, deben pagar el precio de un “amor” incondicional por aquellos clubes zalameros y plagados con los más costosos, mientras que en el fondo, tras bambalinas, se mueve un avaro y brillante grupo de agentes y representantes que saben manosear ciertas fichas para direccionar ese montaje y sacar el mejor provecho con una serie de rumores, comentarios y negaciones, para que los murmullos y mentiras se “filtren” a los sectores mediáticos hambrientos por una exclusividad que alimenta el ego.
Para estas divisas todo es dinero y en cantidades por la atención que reclaman. El más reciente ejemplo se desprende de lo hecho por los directivos de Barcelona que han vendido o rentado el nombre de su mítico estadio por un precio de 240 millones de euros a la firma Spotify, para que de ahora en adelantes el escenario deportivo, cuna de tandas lides épicas, ya no sea el que por tradición han conocido millares de personas. Por esta cifra la historia se puede ir al garete y todos diremos que esta bien, porque hoy por hoy la identidad y el arraigo tiene precio.
Muchos seguirán apegados a la historia y al romanticismo del ayer, pero la realidad es muy distinta ya que estos monstruosos clubes tienen que apelar a todos los recursos para sanar sus arcas, porque en algún momento se romperá esta estúpida burbuja en la que solo ellos saben vivir, mientras el resto de las parcialidades sueñan con aquel día en que puedan llegar a la cúspide jugando de tu a tu en la cancha como sucede en las particulares ligas norteamericanas donde afloran los millones y millones de dólares, existen los históricos, pero todos sufren por campeonar en sus torneos, sencillamente porque el rival que enfrentan tiene las mismas posibilidades que ellos, como tiene que ser.
