
Dicen los expertos que en las disciplinas deportiva hay un nivel de exigencia mental que es variable y acorde con la acción del juego. Sin embargo, casi todos coinciden en algo: el control emocional es clave para determinar lo que es un buen deportista y otro en una categoría excelsa, siendo fundamental la concepción que tengan de su rival antes de establecerse la competencia.
El control emocional, como tal, tiene diferentes planos antes y después de la competición. Una cosa es lo que el deportista quiera lograr, y otra muy distinta cuando en el desarrollo de las acciones se consigue o no el cometido. De allí en más, queda otra fase que es la recuperación (si hay derrota), o la reafirmación (si se anda en cosecha ganadora). Pero hay algo que afecta positiva o negativamente al deportista y es la convicción de una superioridad que nunca deja de ser relativa y comulga de la mano con otros factores como son la preparación y disciplina.
Dentro de la planeación es clave prepararse para esperar siempre lo peor y de ninguna manera entrar en la línea cómoda de no valorar al adversario por encima de las opiniones y criterios. En 1990, cuando Mike Tyson enfrentó a Buster Douglas en Tokio, el flamante campeón tenía un invicto que lo situaba en la cima con 37 victorias en total, 33 de ellas por la vía rápida. En el mundo de los “expertos” era imposible que Tyson pudiera perder ante un boxeador sin mucho pedigrí y con un mayor peso mara moverse en el cuadrilátero. Todos los aspectos fueron analizados en la previa, pero se les olvidó pensar qué podría pasar si la pelea no se desarrollaba como todos esperaban y cuáles serían las herramientas de apoyo para el campeón defensor si lo que era su costumbre no aplicaba. Al final, como todos recordaremos, el mundo se quedó sorprendido cuando Douglas, en 10 asaltos, mandó a Tyson al piso arrebatándole no solo el cinturón junto a su invicto, sino que puso a dudar si Tyson era de “hierro” como todos se lo habían hecho creer al ex monarca hasta ese momento, justo en aquella noche donde el rival no se arrugó, se fue creciendo y de a poco, con sus golpes y su fortaleza mental, derrumbó no solo el cuerpo de Mike, sino su concepción de ser intocable.
Apartándome del boxeo y pasando al fútbol, la semana pasada en el marco de la Concachampions de la Concacaf, un torneo que muchos critican y le dan poca importancia, sucedió algo especial que ratifica la diferencia entre lo que es preparar un encuentro por prepararlo (si es que se puede decir así), y otra muy distinta hacerlo integralmente incluyendo el plano mental.
Entendiendo la derrota como parte integral del fútbol, la misma se asimila cuando en la cancha un equipo es superado en muchos aspectos, pero no por una preparación inadecuada que parte desde la idea apresurada del oponente. En esta instancia, donde se omiten aspectos que son determinantes, porque los mismos ni siquiera figuran en la carpeta de probabilidades, es que Austin FC se equivocó en su visita al Violette de Haití (partido jugado en República Dominicana), en donde le dieron a los componentes de la plantilla texana, una cuota inmensa de humildad, sacrificio y pundonor, después de haber aterrizado convencidos que con el tono de la camiseta el encuentro estaba liquidado, mandando a la cancha a un grupo de jugadores que ni se reconocen en las prácticas, que no tienen ritmo.
En una actitud que se puede confundir con la prepotencia y arrogancia mental (solo por quedarnos allí), el cuatro texano se sentía ganador con el nombre y resulta que cuando el balón rodó se despertaron al ver a un rival preparado para jugarles sin pena y sin importarles de dónde venían o quiénes eran.
El técnico Josh Wolff puso en la cancha a un grupo en donde el arquero Brad Stuver era el único de la plantilla regular, porque de ahí en adelante, incluyendo a Maxi Urruti, Fagundez y Finlay, todos los demás han estado, si acaso, en la lista de emergentes y por ende faltos de competencia.
¡Ah!, el compromiso fue con solo dos días de descanso tras jugar el partido de liga, después de un viaje largo y en una cancha complicada, es cierto, pero esas son las cosas del fútbol y esto no fue, ni mucho menos, una sorpresa de último momento sino que estaba programado desde hacía meses.
Hubo jugadores como el francés Sofiane Djeffal, o el veterano lateral derecho Héctor Jiménez, junto al paraguayo Rodney Redes, quienes no estuvieron a la altura frente a un “equipito” que les pintó la cara con jugadores que se divirtieron jugando a la pelota como Roberto Louima o Miche-Naider Chéry, quienes se combinaron para mover una defensa lenta y una línea de recuperación desconcentrada y sin oficio.
A Héctor Jiménez, por ejemplo, le patrullaron su costado como se les dio la gana (por allí nacen todos los goles) y otro elemento como el central Nick Lima no pudo adivinar la placa de los veloces delanteros que le pasaban por el frente de la nariz. Ya después, cuando Wolff se dio cuenta del papelón que estaba haciendo y del error de menospreciar a un rival que todos lo daban como seguro perdedor (partiendo de una preparación mental inadecuada), intentó recomponer el equipo enviando hombres de mayor peso, pero aportando el mismo resultado: una falta de recursos inadmisibles frente a un grupo de chiquillos cuyo promedio de edad es 23 años, que asumió con decoro la responsabilidad, así el mundo los hubiera condenado a la derrota antes de que el balón rodara. Por eso este martes (14 de marzo), igual saldrán a buscar lo que antes era impensado y ahora las probabilidades parecen revertidas sin que nadie lo hubiera olfateado.

Empezar a preparar un compromiso desde la posibilidad de la derrota no es conveniente, pero mucho menos lucrativo resulta si no se contempla la posibilidad de un revés, tan solo porque la victoria parece imposible de alterar. ¡Que error!